Alan García defendió su inocencia por carta antes de suicidarse: “No hubo cuentas ni sobornos”
Al Hecho. | Cientos de simpatizantes esperaban el féretro en la puerta de la Casa del Pueblo, la sede del Partido Aprista, para recorrer el centro histórico de Lima y despedir a Alan García. El expresidente de Perú, que el miércoles falleció tras dispararseminutos antes de ser detenido por su implicación en el caso Odebrecht —la mayor trama de corrupción de América Latina—, siempre había defendido su inocencia. Pero este viernes se conocieron sus últimas palabras, la carta que dejó a sus seis hijos antes de morir es una apología de su carrera. En ella, García lamenta “sufrir injusticias y circos”, asegura que “no hubo ni habrá cuentas, ni sobornos, ni riqueza” y lanza un amargo mensaje al calificar su suicidio de “muestra de desprecio” hacia sus rivales políticos.
La leyó su hija Luciana en el salón de actos del cuartel general de la formación a la que el político estuvo vinculado desde sus inicios. “Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones e impulsamos otra vez su fuerza social. Creo que esa fue la misión de mi existencia, teniendo raíces en la sangre de ese movimiento”, escribió García, quien gobernó en dos periodos no consecutivos, en los ochenta y en la pasada década. Después del golpe de Estado de Alberto Fujimori se exilió en Bogotá y en París. Sufrió la persecución del exmandatario y, a pesar de que las circunstancias de las actuales investigaciones no guardan ninguna relación con lo sucedido entonces, su última carta hace referencia a una campaña en su contra.
“Nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de 30 años. Pero jamás encontraron nada y los derroté nuevamente, porque nunca encontrarán más que sus especulaciones y frustraciones”, afirma. “En estos tiempos de rumores y odios repetidos que las mayorías creen verdad, he visto cómo se utilizan los procedimientos para humillar, vejar y no para encontrar verdades”, continúa García.
Una multitud acompañó el féretro, durante unos dos kilómetros, hasta la plaza de San Martín, donde el 27 de enero de 2001 García pronunció su primer discurso tras regresar al país y a la política activa. Esa noche prometió volver a la Casa de Pizarro, sede del Gobierno peruano, y lo logró cinco años más tarde. Para muchos fue el mejor presidente de la historia reciente. Así lo recuerda Pedro Romero, una vida en Partido Aprista, que exhibe una bandera de Perú y está convencido de que “se demostrará que ese hombre nunca ha recibido un centavo”. Pero el exmandatario sufrió, al terminar su segundo mandato, un declive que culminó el pasado mes de noviembre.
García pidió asilo en la Embajada de Uruguay después de que un juez emitiera una orden que le impedía abandonar el país durante 18 meses por supuestos delitos de colusión, lavado de activos y tráfico de influencias. Era una de las piezas del caso Odebrecht, una investigación vinculada a la concesión de la línea 1 del metro de Lima a la constructora brasileña. El sumario recogió también el pago, facilitado por un abogado, de 100.000 dólares de la constructora brasileña para compensar una conferencia que dio en mayo de 2012 ante la Federación de Industriales de São Paulo.
Ninguna acusación estaba fundada, según García. “Por muchos años me situé por sobre los insultos, me defendí y el homenaje mis enemigos era argumentar que Alan García era suficientemente inteligente como para que ellos no pudieran probar sus calumnias”, dejó escrito.“La historia tiene más valor que cualquier riqueza material. Nunca podrá haber precio suficiente para quebrar mi orgullo de aprista y de peruano. Por eso repetí: otros se venden, yo no”.
“Cumplido mi deber en mi política y en las obras hechas en favor de pueblo, alcanzadas las metas que otros países o Gobiernos no han logrado, no tengo por qué aceptar vejámenes”, prosiguió en su carta a sus hijos. “He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos. Por eso, les dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”.