El efecto bumerán del ‘impeachment’
Al Hecho. | El miedo al efecto boomerang del impeachment está presente entre los demócratas de distritos centristas o conservadores que temen un castigo en las urnas o que rechazan de veras el proceso abierto contra el mandatario. Aun así, también la lealtad se impone: solo tres de los 233 congresistas del partido (de Nueva Jersey, Minnesota y Maine) votaron en contra y uno de ellos, Jeff Van Drew, se acaba de pasar al Partido Republicano.
Hay motivos para el cálculo electoral: comparado con el pasado octubre, cuando la investigación acababa de arrancar en el Congreso, la popularidad de Trump ha mejorado y el apoyo al proceso ha menguado. La encuesta de Gallup hecha pública el miércoles, justo el día de la votación, señalaba que la tasa de aprobación del presidente entre los estadounidenses había subido del 45% al 51%, mientras que el apoyo al juicio político y posterior destitución había descendido del 52% al 46%. Si la pregunta se dirige exclusivamente a los republicanos, el respaldo al impeachment no pasa del 5%.
Trump es el único presidente que se enfrenta a la reelección después —o durante— un juicio político de estas características, a diferencia del precedente de Andrew Johnson (1868) y Bill Clinton (1998). Dice Rick Tayler, estratega republicano pero crítico con Trump, que el desenlace del caso de Ucrania no erosionará las bases trumpistas, pero recuerda «que Trump no puede ganar solo con su base, para ganar, necesita más» y por eso es importante esta crisis.
Bill Clinton, el caso más reciente, vio su popularidad mejorada tras superar el proceso en el Senado por el escándalo Lewinsky, en un contexto de bonanza económica. También ocurre ahora. La economía ha crecido de forma sólida a lo largo de estos tres años de era Trump, la tasa de desempleo se halla en mínimos desde la Guerra de Vietnam y los temores a una próxima recesión que dominaban los análisis económicos se han disipado. En Virginia Occidental, pese a los problemas crónicos de algunos de los condados más pobres, también se respira optimismo. El gigante de los productos de consumo Procter & Gamble está construyendo una nueva planta cerca de Martinsburg que dará empleo a 1.800 personas y Amazon tiene un centro de distribución en el condado vecino de Frederick (Maryland).
Bajo la Administración del republicano, Virgina Occidental ha visto anunciarse incluso la apertura de unas pocas minas de carbón, industria en puro declive, y sus seguidores lo atribuyen a las políticas de Trump, que ha dado marcha atrás a buena parte de los planes medioambientales de Obama. “Los mineros han vuelto a trabajar”, sentencia Chris Hamilton, vicepresidente de la Asociación del Carbón de Estado y firme defensor del presidente. Todo el escándalo de Ucrania y el juicio parlamentario le parece “un mazazo desproporcionado, motivado políticamente por la extrema izquierda”.
La cocinera Lindy Rice, de 59 años, cambió de trabajo hace un mes, explica en su día libre, mientras toma el desayuno en la barra del Palace Lounge, un local lleno de trabajadores con chalecos amarillos. Llevaba seis años trabajando en el restaurante de abajo de la calle cuando pidió un aumento del sueldo y, como se lo racanearon, acabó por marcharse al Momma’s Country Chicken. Para Rice, la economía no es precisamente la clave del éxito de Trump, no atribuye al Gobierno que las cosas vayan bien, pero es republicana de toda la vida y, además, le gusta la idea de que un multimillonario deje sus negocios y opte por entrar en política. El impeachment es, en su opinión, “una broma, una pérdida de tiempo, la prensa está siendo ridícula”, “¿qué pruebas tienen?”, pregunta. Cuando se le cuestiona si ha seguido los detalles del caso responde rauda: “Sí, lo veo todo el día en la televisión, en la CNN”, una cadena muy crítica con Trump.
“No sé si usted lo siente también como periodista, pero siempre ha habido desconfianza en los medios de comunicación”, afirma el barbero Jason Romage. Trump “es un neoyorquino, que tiene un estilo propio de hombre de negocios de Nueva York, pero, de nuevo, es refrescante tener a alguien franco”. Nacido en una familia católica y conservadora, hoy se siente libertario más que republicano y creyente del trabajo. “El tío Joe empezó trabajando en una mina a los seis años, ¿sabe?”, comenta.