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La política exterior de Trump pierde el norte en América Latina

Al Hecho. | Los desencuentros sobre América Latina también se han cobrado víctimas políticas. La subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental, Kimberly Breier, dimitió en agosto, dejando vacante la más alta oficina diplomática de relaciones con Latinoamérica. Breier, la última de una serie de bajas en el Departamento que dirige Mike Pompeo, alegó motivos personales. Pero muchos apuntaron a una serie de desencuentros coronados por un encontronazo con Stephen Miller, el radical asesor de la Casa Blanca en política migratoria, que la consideraba poco comprometida con el sorprendente acuerdo de asilo entre Estados Unidos y Guatemala.

Fernando Cutz, que estuvo en el Consejo de Seguridad Nacional durante la propia Administración de Trump, hasta abril de 2018, y antes durante la de Obama, coincide en que los “asuntos subyacentes” que se han visto en las audiencias del impeachment se repiten “por todo el mundo”. “Es constante esa batalla entre los dos canales, el oficial y el no oficial”, asegura. “Ambos canales a menudo no comparten los mismos objetivos y ni siquiera se comunican, lo cual nos debilita diplomáticamente. Muchas de las crisis en la región latinoamericana necesitan acercamientos multilaterales, y eso lo tiene que liderar el Departamento de Estado. Como resultado de ir sin aliados, por ejemplo, hemos tenido una política más débil en Venezuela”.

La imagen del liderazgo estadounidense sufrió globalmente con la llegada de Trump a la Casa Blanca, según un estudio de Gallup, pero en ninguna región fue tan evidente como en América Latina. La aprobación del liderazgo estadounidense bajó de un 49% en 2016 a un 24% en 2017. En cuanto a la figura de Trump, los datos son aún peores. Solo un 16% de los latinoamericanos aprobaba el desempeño del presidente estadounidense durante el primer año de su presidencia. El país donde mejora se valoraba era Venezuela (37%) y el que peor, México (7%).

“Trump podría exhibir como una victoria política su relación con México, por ejemplo, porque aunque no ha levantado un muro, ha bajado la inmigración”, defiende Cutz. “Pero esos resultados tienen un coste. Estados Unidos ha perdido credibilidad, entre otras cosas por cómo ha tratado la inmigración”.

Hay un cierto grado de continuidad, advierte Michael Matera, de lo que han sido “años y años de considerar a la región de una importancia secundaria”. “Eso no es algo nuevo de la Administración Trump”, concluye el veterano diplomático. “Pero en Administraciones anteriores ha habido un mayor reconocimiento de que, mientras que la Casa Blanca no tiene el ancho de banda suficiente para dedicar mucho tiempo a América latina, al menos los burócratas del Departamento de Estado, del de Comercio y del Tesoro han tenido más libertad para desarrollar una estrategia. En este punto, ahora, no hay nadie tratando de construir una estrategia integral”.

LA ENCRUCIJADA VENEZOLANA

El caso de Venezuela ilustra mejor que ninguno la errática política de Trump hacia América Latina. El Gobierno de Estados Unidos fue el primero en reconocer al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como mandatario interino y propició que más de 50 países hiciesen lo mismo. No obstante, casi un año después de aquello, la situación en Venezuela dista mucho de haber mejorado. La política hacia Venezuela ha evidenciado las peleas internas en el Gabinete de Trump. El exconsejero de Seguridad John Bolton apostó siempre por una línea más dura, acorde con el sector más radical de la oposición venezolana, e insinuó en más de una ocasión que la intervención militar era la única alternativa para sacar a Maduro del poder. Mientras, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el enviado especial para Venezuela, Elliot Abrams, optaron por una opción multilateral en la que la diplomacia prevalecía.

Estados Unidos ha presionado con sanciones no solo a dirigentes chavistas, sino a los testaferros de los mismos. La asfixia económica, no obstante, no ha resultado definitiva tampoco. En las últimas semanas, en varios medios estadounidenses ha permeado la idea de que Trump ya no confía en el impulso que supuso la aparición de Guaidó, lo que deja al líder de la oposición en una encrucijada, pues su principal baza siempre fue el respaldo de la gran potencia mundial.

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