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Tres sargentos venezolanos animan desde Brasil a sus compañeros a desertar

Al Hecho. | El sargento Parra y el sargento González echaron a andar en dirección a Brasil este sábado cuando ya había caído la noche. Atrás quedaban su patria, sus familias y sus compañeros de armas. «Cuando los vi, llevaban los brazos en alto», ha explicado este domingo el primer brasileño que se los topó, tras cruzar el linde, vestidos aún con el uniforme de la Guardia Nacional Bolivariana. Iban desarmados. «Tenemos hambre, estamos exhaustos. Queremos entregarnos’, me dijeron», relata este hombre que exige permanecer en el anonimato porque su trabajo le impide comentar el asunto. Horas después los sargentos Jean Carlos César Parra, 33 años, Jorge Luis González, 27, y un tercer desertor venezolano, Carlos Eduardo Zapata, explicaban a plena luz del día sus motivos en el puesto fronterizo de Pacaraima, el único entre Brasil y Venezuela.

«Queremos que el pueblo salga, que no tema. Nosotros, los militares, no tenemos miedo, nos estamos viniendo para Brasil. Es ahora o nunca», ha declarado Zapata ante un enjambre de periodistas junto al puesto donde el Ejército de Brasil recibe a los venezolanos recién llegados. Más de 95.000 tiene acogidos el país. Zapata y sus compañeros también han detallado lo difícil que es tomar la decisión y han hecho un llamamiento a sus compañeros de tropa para que «sean leales al pueblo, que pasa hambre», no al líder chavista Nicolás Maduro.

La jornada de este domingo en Pacaraima ha incluido el lanzamiento de piedras por parte de venezolanos antichavistas a los soldados de su país, que han respondido con gases lacrimógenos. Miembros de la Fuerza Nacional brasileña han creado un cordón para alejar aún más a ambos grupos. Los partidarios de Guaidó en Brasil han renunciado a intentar trasladar la ayuda a Venezuela porque su prioridad, ha explicado una portavoz, es “resguardar la carga, que sigue en Pacaraima.

Maduro mantiene por el momento el apoyo de la cúpula militar. Son contadísimos los altos mandos que han abandonado al sucesor de Hugo Chávez para declarar su lealtad a Juan Guaidó, reconocido por decenas de países como presidente interino de Venezuela. Unos 60 militares de tropa sí aprovecharon el sábado el pulso político de la entrega de ayuda humanitaria para cruzar a Colombia. Pero la amnistía ofrecida por Guaidó tras su proclamación como presidente no ha tenido el efecto deseado por él y sus aliados. El apoyo de la cúpula castrense es para muchos observadores el asunto que decidirá si el régimen chavista pierde o no el poder.

Los tres desertores, que el sábado participaron en el operativo que tenía la orden de impedir la entrada de la ayuda humanitaria promovida por Guaidó, han asegurado que otros desearían seguir sus pasos. «Hay muchos compañeros que quieren venir (a Brasil), pero nuestra posición como militares no es fácil», ha explicado Zapata, que ha contado que hace cinco días vio morir a un sobrino por falta de medicinas en un hospital. «La valentía, el coraje que hay que tener para hacer esto que hicimos nosotros, no es fácil», ha añadido González. «Sí, tengo miedo… pero Dios es grande y poderoso. Y en algún momento se va a acabar todo esto». La sensación de estos hombres, como de los opositores, es que «es ahora no nunca».

Ellos decidieron que el momento era este sábado, pero la reflexión comenzó mucho antes. «De repente, un civil se viene para Brasil y listo, no pasa nada. Pide refugio y ya está. Nosotros, los militares, no. Si regresamos, nos matan automáticamente, nos meten presos. Por eso, pensamos mucho para tomar esta decisión. ¿Por qué? No por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros familiares que se encuentran allá», insistía Zapata. Tras cruzar han pedido asilo político.Uno de ellos ha intentado explicar el desgarro que supone sentir, junto a las dudas internas, la enemistad de los compatriotas a los que han tenido que reprimircomo parte de la Guardia Nacional Bolivariana, un cuerpo militar que hace tareas antidisturbios. En cuanto terminaron de hablar para la prensa, una mujer se acercó a uno de los sargentos. Y lo abrazó mientras le decía. «Gracias, valiente».

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